miércoles, 8 de agosto de 2012




La Calle Corrientes estaba llena, y puedo decirlo porque ahí estaba yo. Corriendo gente, mucha gente. Muchas caras, olores y voces. Un escenario en el medio, justo en el medio de todos  y yo. A un costado, para ver un poco mas. Me asomaba de a ratitos a ver si estaba, si había llegado, y no. El tiempo pasaba y pasaba, y no podía ver todavía esa cabeza enrulada entre las demás cabezas. 
No voy a mentir, y menos acá. En este espacio que para mi es un lugar de descargo. Tuve miedo de no verla. Sentí por unos segundos que no iba a venir, pero si. Cuando menos lo espere la vi. Entre la multitud, como lo esperaba.  Caminaba, sonreía. Caminaba, sonreía. Saludaba, sonreía. Estaba bastante lejos y mi corta vista no podía definir sus rasgos con la claridad que hubiese querido, pero estaba segura de que era ella, porque si. Por esos rulos y por esa sonrisa que se manifestaba en mi como un temblor especial.
Sus primeras palabras retumbaron en mis oídos, me tomaron por sorpresa. Y fue cuando los primeros acordes de esa canción, que yo se y que ella sabe, comenzaron a latir en el escenario que algo mágico paso. La poblada Calle Corrientes hizo a un lado esa multitud, esas cabezas, esas caras, olores y voces para darle paso a ella. El mundo quedo vacío, o por lo menos la Calle Corrientes, poblada, muy poblada, mas que otras veces, y ella sola, cantando como ya lo había hecho antes. Mis ojos solo tenían espacio para esa silueta y ese vestido estampado, y esos rulos.
Así fue. Bastante simple, dirán. No valía la pena ser relatado, dirán. Pero fue así, porque si. Porque canto, y yo estaba ahí, entre la multitud. 

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