La Calle Corrientes estaba llena, y puedo decirlo porque ahí
estaba yo. Corriendo gente, mucha gente. Muchas caras, olores y voces. Un
escenario en el medio, justo en el medio de todos y yo. A un costado, para ver un poco mas. Me
asomaba de a ratitos a ver si estaba, si había llegado, y no. El tiempo pasaba
y pasaba, y no podía ver todavía esa cabeza enrulada entre las demás cabezas.
No voy a mentir, y menos acá. En este espacio que para mi es
un lugar de descargo. Tuve miedo de no verla. Sentí por unos segundos que no
iba a venir, pero si. Cuando menos lo espere la vi. Entre la multitud, como lo
esperaba. Caminaba, sonreía. Caminaba, sonreía.
Saludaba, sonreía. Estaba bastante lejos y mi corta vista no podía definir sus
rasgos con la claridad que hubiese querido, pero estaba segura de que era ella,
porque si. Por esos rulos y por esa sonrisa que se manifestaba en mi como un
temblor especial.
Sus primeras palabras retumbaron en mis oídos, me tomaron
por sorpresa. Y fue cuando los primeros acordes de esa canción, que yo se y que
ella sabe, comenzaron a latir en el escenario que algo mágico paso. La poblada
Calle Corrientes hizo a un lado esa multitud, esas cabezas, esas caras, olores
y voces para darle paso a ella. El mundo quedo vacío, o por lo menos la Calle
Corrientes, poblada, muy poblada, mas que otras veces, y ella sola, cantando
como ya lo había hecho antes. Mis ojos solo tenían espacio para esa silueta y
ese vestido estampado, y esos rulos.
Así fue. Bastante simple, dirán. No valía la pena ser
relatado, dirán. Pero fue así, porque si. Porque canto, y yo estaba ahí, entre
la multitud.
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